OFICIOS DEL DESENCANTO

Oficios del desencanto muestra el frágil territorio en que las relaciones personales se desarrollan a través de las figuras metafóricas de unos supuestos oficiantes que operan sobre nuestras ilusiones, culpas o propósitos. De este modo se pretende visualizar las fuerzas sordas que animan nuestro alma y que lo mueven desde la culpa a la esperanza, de la alegría a la melancolía, en la búsqueda de sentido a la extraña experiencia que hemos dado en llamar vida. Este afán ciclotímico es acompañado y conducido por estos personajes del desencanto, que en parte materializan nuestra inefable y múltiple conciencia, en parte dan forma a la agónica interacción con los otros, ese infierno cotidiano.

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Casa Bardín, Alicante, del 14 de noviembre de 2017 al 9 de enero de 2018


El aguador de fiestas

Discurre la existencia del aguador de fiestas atento a la felicidad ajena. Le alerta tanto el disfrute inmediato de la vida que experimenta el otro, la sana alegría del despreocupado, como el encuentro concertado, donde se celebra la amistad.

Halla en esos momentos de entusiasmo, de concordia y hermandad, sutiles detalles que atesora, como perlas abisales, en los que encontrar vestigios de melancolía, de desesperanza, de justificada tristeza.

Siendo por naturaleza solitario, busca paradójicamente la compañía, no por el gusto de estar con otros, sino de encontrar en ellos suelo fértil donde verter sus dudas y tristezas. Y no encuentra mayor placer que cuando su comentario, triste, pesimista, descorazonador, arraiga en el otro, disipando su, para él, estúpida y estéril felicidad.

Pertrechado con su hatillo de lecturas, libros subrayados, cuadernos de notas, incluso, registros sonoros de conferencias esenciales, donde la filosofía convive con la gramática y la antropología con la historia, el sembrador de dudas busca con desesperación la comprensión del mundo.


El sembrador de dudas

Pero su naturaleza inquisidora y su necesidad de certezas absolutas le condena a la parálisis de la duda sistemática. Condena que vive como tal, pues ansía encontrar respuestas, pero éstas sólo le llevan a otras cuestiones y así hasta que una recurrente espiral le paraliza en la inacción.

En ocasiones, a veces sin tan siquiera reparar en ello, riega su cuestionamiento radical del mundo sobre las certezas cotidianas del otro, haciéndole dudar sobre si las pequeñas decisiones cotidianas tomadas o las actitudes detectadas en el otro en la convivencia diaria son las correctas, llevándolo así desde la zozobra del obrar cotidiano a una indecisión duda más profunda de carácter existencial, a un especie de soledad cósmica de la incertidumbre.


El estadista del amor

Sensible a los vaivenes sentimentales de sus congéneres, el estadista del amor, escruta la economía de los afectos registrando la evolución de las relaciones amorosas. Receloso de la perdurabilidad de la pasión y de la existencia de algo parecido al amor eterno, mide, sopesa, valora y registra los avatares de lo doméstico, donde acontece el milagro y la tragedia de los sentimientos.

Como un intendente del amor, está atento a los reproches, las disputas menores y las miserias de lo cotidiano, también a la sorpresa que le producen las muestras de afecto, el sano goce de la compañía y la comunidad de almas. Contabiliza estos signos en cuadros, diagramas y balances en los que intenta aprehender lo inefable de la convivencia y del amor.


El atribuidor de sentido

Siendo el mundo un libro permanentemente reescrito, donde los signos deben ser fijados a cada momento, el atribuidor de sentido se encomienda a la interminable y a veces estéril labor de definir cada signatura, cada vestigio, cada sombra de sentido en el caos del universo circundante.

Persigue la designación y ordenamiento de todas las instancias producidas por el mundo material o la especulación de la mente humana. Nombrar es una de sus estrategias, encontrar el signo que ata el objeto o el concepto en el pensamiento, pero también hallar las relaciones entre esos conceptos, el secreto de una combinatoria que desvele el sentido último de las cosas: del sentir, del comprender, del estar en el mundo y del obrar.


El cazador de esperanzas

La ilusión eternamente aplazada y nunca abandonada mueve al cazador de esperanzas en su estado de permanente acecho. En su creencia de que la felicidad se resuelve con una tirada de dados, busca de modo insistente ese momento fugaz y único que le permita encontrar el amor, la fortuna, la luz que ilumine su existencia. Se debate entre una íntima sensación de abatimiento y un íntimo optimismo movido por la certeza de que el amor y la fortuna le esperan en algún puerto o casa de apuestas. Esta paradoja de la expectación demorada, en la que el optimismo se manifiesta suficientemente intenso como para perseverar, pero en la que, al mismo tiempo, la desesperanza aflora en las largas e infructuosas tardes de espera, define el carácter esencialmente melancólico del cazador de esperanzas.